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martes, 10 de noviembre de 2020

La herencia de un abuelo sabio.





Al final del día, corríamos, impacientes. Apoyados en uno de los muros de la casa...expectantes. Veíamos el atardecer con matices de color rojo vivo, en un espectáculos sin desperdicios.

Era pequeña pero no tanto como para no conservar, los recuerdos de la buena vida, esa, donde los problemas se concentraban en las buenas notas escolares y donde las vacaciones de ese entonces se nutrían de aventuras.

Donde cada verano, cada enero, el destino siempre era el mismo. Lejos, en lo que casi parecía el fin del mundo, una calle larga de pequeñas piedras de color blancas, llamadas piedrebullo. Allí, se veía ella, medio escondida entre los árboles de verde primavera, una casa, "la casa", cargada de historias, de las buenas, de las otras donde la mala suerte de un incendio declarado sin culpables, dejara el pasado en cenizas de fotos y otros objetos que guardaban los recuerdos.

El abuelo, el mío, construyo dos veces las paredes del mismo hogar pero él no le temía a la vida. Desde muy joven el sacrificio y la lucha se presentaron a su puerta, siempre supo lo que significaba renacer. Creció con la herida del despojo, luego de que sus hermanos mayores, en un acuerdo sin escrúpulos, lo apartaran de la herencia de los padres fallecidos, obligando a cambiar de nombre y apellido.

Y sin embargo y a pesar de los altos y bajos al confrontarse solo y con el mundo. La luz iluminaría su camino el día que Anna, una joven de 14 años se enlazara con él...En un matrimonio eterno.

Durante los años que acompañaron el camino de la felicidad, tuvieron hijos, varios, recibidos por las manos de mi abuelo, en un parto de a dos. 
Por la misma persona que inventaría los cumpleaños sin regalos, a cambio del agasajo de un día sin trabajo o de quién reemplazaría el azúcar por dulces, en épocas crudas de guerras de poco dinero.

Si! El mismo que arrebatado de los valores de familia, pudo formar la suya propia y darle un sentido a la existencia para la que también estaba destinado, el ser padre.

Un hombre fuerte, de cuerpo, de mente, acostumbrado a las pruebas de la vida, victorioso por excelencia. Que permaneció a oscuras durante un mes, tras una operación de la vista y que a pesar nunca escribió una carta con anteojos o aquella vez, en el que un caballo se asustara y lo arrojara varios metros para nunca más, devolverle la buena postura y así y todo negarse a una silla de ruedas, solo hasta que llegara la vejez más vieja.

Mi abuelo, quien 12 meses atrás, nos despidiera a 4 años de sus 100 años para mudarse al paraíso donde viven muchos de aquellos ángeles 
Al que recuerdo con su abrazo, su beso en la frente y la frase "querida nieta", al que vive con mi padre, en mi corazón y en mi mente.
Al que a contrarreloj, viaje 12000 km para presentar a mi hijo y en el adiós, sentir las lágrimas de quién despide a alguien para siempre.

Un hombre con todas las letras que los años le otorgaron la sabiduría de la que tanto, hoy y siempre seré admirativa.

Y luego de todo lo que te he contado, te preguntarás... En qué momento, hablaré de la bien llamada herencia? Pues si sigues leyendo encontrarás la respuesta y verás lo afortunada que he sido al ser ser parte de ella.