Abril, días de sentimientos en plena guerra, entre la felicidad, la tristeza y la incomprensión. De lo que jamás tendré respuestas, de lo que nunca querré entender, de lo que tendré que aceptar, de lo que tendré que aprender...
Fechas y días que marcan el tan temido adiós, el peor de todos, ese que no firma un hasta luego. Como en el juego de la rayuela, ruegas que la piedra caiga lejos del número que guarda los malos recuerdos, intentando evitar poner los pies allí y pasando el tiempo de espera entre pensamientos que tanto duelen. Y como siempre digo, tener que seguir...
La mirada se empaña y esos sentimientos insistentes luchan por salir, pero se pierden, medio solos, en los recovecos de mi ventana, como si de la nostalgia pudiera rescatar un poquito de tu cariño.
El nudo de angustia que lucha por no salir se aprieta entre los labios, fingiendo comodidad en un alma que no la tiene. Sin querer, lo dejo salir... como si las lágrimas fueran el único remedio a esa sensación de falta eterna, de ese lugar vacío que nadie podrá llenar. Solo tu ausencia, con la que hoy siento que vivo. Esa ausencia que inconscientemente busca el cielo, cuando el azul se entrelaza con las nubes y el calor del sol imagina tu caricia, sin necesidad de una excusa, solo por quererlo.
Sé que me lees desde algún sitio y sé que obtendré alguna respuesta, quizás en los sueños, cuando la impotencia no me llene de pesadillas. Y entonces respiro...
Lo extraño es que, aunque sé que a esta edad envejecemos, yo siento que sigo creciendo. Y crecer sin ti no es fácil.