En un lugar llamado Annhas, vivía Carl, su esposa Amelia y la pequeña hija de ambos, Iris que con 4 meses dejaba asomar el color anaranjado de los rizos que más tarde, crecerían como cabello. Su boca que aún no asomaba dientes, sonreía cada vez que veía a su padre y la mirada que iluminaba sus ojos azules, encandilaban a su madre en un acorde perfecto de ese afecto inexplicable que sólo une antes de nacer.
Juntos, eran una familia feliz o como cualquier otra con altos y bajos con momentos más que otros dentro de una vida que habían elegido, calma y tranquila sin ostentos vivida sólo de a tres.
Juntos, eran una familia feliz o como cualquier otra con altos y bajos con momentos más que otros dentro de una vida que habían elegido, calma y tranquila sin ostentos vivida sólo de a tres.
Una vida rutinaria que comenzaría a delatar cambios después de 5 años, junto a la primera promoción que obtuviera Carls en la empresa de antigüedades para la que trabajaba desde hacía ya una década.
Luego de haber vivido detrás de papeles su ámbito profesional tomaría otro rumbo y ahora como comercial, los viajes le darían una impresión de libertad que nunca había conocido.
Los 2 años que siguieron a su nuevo puesto pasarían como un soplido y entre noches fuera además del cansancio al llegar a casa, la vida pasaría a su lado casi sin darse cuenta.
Los 2 años que siguieron a su nuevo puesto pasarían como un soplido y entre noches fuera además del cansancio al llegar a casa, la vida pasaría a su lado casi sin darse cuenta.
Raras eran las veces que encontraba a Amelia despierta. Junto al sueño que no cabía en sus ojos y un beso de "buenas noches" no lo pensaba pero sabía que era lo único que sentía era compartir con ella.
La vida de pareja era inexistente y aunque Amelia lo intentara, las noches que tanto pasaba en vela recordando las épocas, donde proyectaban la vida de a dos dentro de un sueño que ahora tenía un nombre, perdía su brillo opacando cada amanecer dejándola todavía más cansada y más sola.
Cada momento, cada situación seguiría su curso normal, hasta que un 10 de febrero de 1997 Carl que se encontraba a 1500km de casa se dirigía a una cita con un cliente cuando de pronto sintió un frío que le congelaría el alma. Extrañado pensó haber olvidado algo y retornó al hotel. La habitación era pequeña, insulsa y las pocas cosas que traía en cada viaje eran tan pocas que dejaban poco lugar al olvido.
Marcó el piso con 120 pasos imaginarios, y tomando la billetera que llevaba cerca del pecho dentro su abrigo, corroboró que sus tarjetas y documento estuvieran bien ahí. De pronto, su mirada se posó en la foto de Amelia e Iris que siempre llebaba consigo y gritó:
-¡IRIS ! Hija mía, he olvidado tu cumpleaños.