miércoles, 30 de abril de 2025

Novela: 35 años - Capítulo III: Fiesta en casa de mi madre... ¡Yupi! -

 


                             ¡Nuevo capítulo disponible!


  Si todavía no conoces a Selma, te invito a empezar por el primer capítulo (El peso del reloj), donde se abre el reloj de su vida, uno que no siempre marca la hora que ella quisiera.

Y si ya la conoces... sabes que cumplir 35 viene con más que velas y pastel.
Una casa familiar.
Una fiesta que no pidió.
Y más de una presencia incómoda.

En este nuevo capítulo, Selma se enfrenta a una de esas noches donde el pasado, el presente y los comentarios desafortunados se sientan todos a la misma mesa.
Y cuando las velas se encienden, algo más también empieza a arder.

📅 Todos los miércoles, un nuevo capítulo.

Si te ha gustado, comparte, comenta y prepárate... que esto recién comienza.






                         Capítulo 3: Fiesta en casa de mi madre... ¡Yupi!

                           "A veces crecer duele más que soplar las velitas."



El espejo devolvía una versión de sí misma que no terminaba de reconocer. Selma se acomodó el vestido color marfil —escogido por su madre, comprado a regañadientes por ella—, y se miró con escepticismo. El vestido parecía gritar "me quiero casar", con un encaje delicado que cubría su busto y se desvanecía en finos bordados a lo largo de la falda, como si la tela susurrara promesas de romance y tradición. Selma lo observó un momento más, notando cómo el encaje parecía abrazar su cuerpo y darle un aire etéreo, aunque no podía dejar de sentirse un tanto ajena a todo eso.

Parezco un cupcake —murmuró, girándose de perfil. Mientras su móvil anunciaba un mensaje de Octavio: "Estoy abajo, guapa. Vente ya antes de que empiece a llorar del aburrimiento."

Sonrió. Si había alguien capaz de salvarle la noche —o al menos hacerla soportable— era Octavio.

Tomó su cartera, le dio una última mirada al departamento, como quien despide a un refugio seguro, y salió.

Al abrir la puerta del edificio, lo vio recargado contra su auto, luciendo impecable en un traje azul oscuro y gafas de sol que claramente no necesitaba a esa hora.

Selma se acercó y, apenas abrió la puerta del copiloto y se dejó caer en el asiento, sus ojos se llenaron de lágrimas.

Octavio la miró de reojo, puso una mano sobre su rodilla y dijo, en voz baja pero firme:

—Mi vida... no es hora de lagrimeos. Hoy es tu noche. Vas a brillar como nunca. Hizo una pausa, luego añadió con una sonrisa traviesa: —Además, quién sabe... hasta puede que te regalen cosas caras. ¡Así que arriba esa carita, reina!

Selma soltó una risa entrecortada, limpiándose rápidamente las lágrimas con la yema de los dedos.

—Te odio un poco —murmuró.

—Lo sé —dijo él, arrancando el auto—. Soy irresistible.

La música comenzó a sonar en el coche, un clásico de los noventa que ambos sabían de memoria. Mientras avanzaban por la ciudad hacia la casa de su madre, Selma se permitió —por primera vez en todo el día— pensar que tal vez, solo tal vez, la noche no sería tan terrible como había imaginado.



Al llegar a casa de su madre, las piernas le temblaban un poco. Cada paso que daba hacia la puerta le parecía más pesado que el anterior. Al abrirla, el coro de los invitados estalló al unísono:

¡Sorpresa!

Selma se detuvo en seco. En el interior de la casa, 5 personas y un perro se agolpaban, sonriendo y aplaudiendo, pero había una figura en particular que hizo que su estómago se encogiera. Allí, de pie, con una copa de vino en la mano, estaba Marco.

El tiempo pareció detenerse por un instante. Al verlo, el rostro de Selma se quedó tan impasible como su vestido, que, de alguna manera, parecía gritarle que este era el momento en que la vida la ponía frente a su pasado. Marco, con su traje impecable, sonrió como si nada hubiera pasado, pero Selma no pudo evitar notar cómo su corazón se aceleraba, cómo la opresión en su pecho crecía. Había algo extraño en su mirada, como si aún estuviera ahí, en su vida, a pesar de que hacía tanto que ya no compartían nada.

Octavio la miró con delicadeza y confusión. No comprendía del todo lo que estaba pasando, pero podía ver claramente la incomodidad que se reflejaba en el rostro de Selma. A pesar de que ella ya no quería a Marco, la presencia de él, ahí, bajo el techo de su madre, parecía poner en marcha algo dentro de ella, algo que ella misma no estaba dispuesta a admitir.

—¿Qué haces aquí? —preguntó Selma, apenas moviendo los labios, mientras su voz se quebraba con una mezcla de sorpresa y algo más, algo que no estaba dispuesta a enfrentar.

Marco la miró con una sonrisa nostálgica, como si quisiera decir algo, pero no lo hizo. En su lugar, levantó la copa y le dedicó un gesto.

No podías casarte sin mí, ¿verdad? —respondió, y aunque las palabras fueron leves, Selma sintió el peso de cada una de ellas.





Ella cerró los ojos un momento, tomándose un respiro, y se obligó a sonreír. Esta noche no sería suya solo por él, no iba a dejar que un pasado ya vivido la arruinara. Sin embargo, la sensación de que algo aún no estaba cerrado se mantuvo como una sombra sobre su hombro, mientras observaba, un poco perdida, cómo el resto de los invitados continuaba su animada celebración.

Entre los demás, la vecina entrometida, que siempre tenía una opinión sobre todo, hablaba a gritos sobre la última serie de moda, mientras su prima lejana, a quien Selma apenas conocía, se la pasaba dando consejos no solicitados sobre su futuro y su “gran día”. En la esquina, el hermano de su madre, un hombre algo excéntrico, charlaba con un entusiasmo contagioso, pero lo que realmente destacaba era el perro que lo acompañaba, su inseparable compañero. El animal, completamente a su aire, parecía tan parte de la familia como el resto de los invitados, sentado a la mesa con una postura casi humana, devorando un trozo de pan con una elegancia que le daba a todos una lección de modales.

En un rincón, su madre se movía de un lado a otro, sonriendo con esa mirada fulgurante que indicaba que todo estaba “perfecto”, pero Selma sabía que, en el fondo, estaba jugando con las emociones de todos. Y en ese preciso momento, con Marco mirándola desde el centro de la sala, Selma entendió que su madre una vez más había jugado a darle falsas esperanzas, esa costumbre de empujarla hacia lo que ella pensaba que debía ser, no lo que Selma realmente quería.

Octavio, que observaba todo sentado frente a ella, le envió un texto: "Te conozco. Esto es sólo un capítulo. Eres más fuerte que todo esto." Las palabras fueron como un abrazo invisible, y Selma se permitió respirar con más tranquilidad, sabiendo que, al final, la vida había seguido su curso, con o sin Marco.



Su madre, como siempre, había hecho todo por traiteur*, dejando que cada uno de los invitados eligiera sus propios gustos. El vino, sin lugar a dudas, era excelente; su madre no tenía reproches en eso. Pero al ser la anfitriona, las preguntas no tardaron en llegar. Y no eran cualquier tipo de preguntas, sino las que dolían, aquellas que no dejaban espacio para el escape.

La vecina entrometida, quien no perdió oportunidad para lanzar su dardo, se acercó a Selma con una sonrisa maliciosa:

¿35 años y aún buscando pareja? —dijo, mientras se servía otro vaso de vino, sin mostrar ninguna clase de pudor. —Seguro que ya es hora de que te vayas adaptando a lo que tienes, ¿no?

Selma pudo ver cómo la vecina la miraba con una sonrisa de superioridad, como si estuviera esperando una respuesta que, de antemano, sabía que no existía.

La prima lejana, que nunca había sido especialmente conocida por su simpatía, no tardó en lanzar una de sus clásicas perlas:

¿35 años y aún buscando el "sí, acepto"? Qué curioso, siempre pensé que esas cosas se resuelven mucho antes, pero bueno, nunca es tarde...

La tía Carmen llegó tarde, como siempre, porque el concepto de puntualidad nunca fue algo que ella tomara en serio. Entró con una gran sonrisa, como si no hubiera notado las miradas tensas del resto de los invitados, y no tardó en sumarse a la fiesta, como si nada hubiera pasado. Claro, cuando llegó, ya las preguntas más difíciles habían sido disparadas, pero su particular tono no dejaba de ser afilado:

A los 35 ya no hay mucho que hacer, ¿no? —comentó mientras se acomodaba en una silla, como si esa fuera la conclusión más lógica del mundo. —Pero bueno, lo importante es que sigas intentando... Alguien tiene que cargar con el peso de la familia.

El hermano de su madre, el excéntrico tío Ramón, nunca había sido de dar consejos amorosos, mucho menos sobre relaciones. Él había sido el único de la familia, además de Octavio, que no había dado ninguna lección de vida esa noche. Era un hombre que había navegado por todas las historias de amores "de palo en palo", como él siempre decía, y a sus 58 años, nunca se había atado a nadie. A pesar de todo, parecía no tener tiempo ni interés en las críticas ajenas.

¿35? Ya estás en una edad perfecta para un cambio de rumbo, Selma. El tiempo lo cura todo, aunque no siempre en la forma en que esperamos —dijo con una sonrisa torcida, pero sin darle más importancia. El comentario fue tan vacío como su copa de vino, pero al menos, en ese momento, nadie podía tomarlo demasiado en serio.

Sin embargo, lo que más sorprendió a Selma fue que, entre todas esas voces afiladas y las miradas curiosas, fue Octavio quien, de manera sutil, pero firme, tomó su defensa. Sin hacer un escándalo, sin levantar la voz, él simplemente se acercó a ella y le dio un toque en el brazo. Era un gesto pequeño, pero la fuerza en su mirada lo decía todo.

No escuches a los demás, Selma —le susurró, sin añadir más. Las palabras, aunque breves, tuvieron el efecto deseado. Octavio la miró con una mirada reconfortante, como si estuviera ahí para ella, sin que nadie tuviera que comprenderlo.

Selma aún sentía el eco del gesto de Octavio cuando su madre apareció con su pastel favorito, acompañada de Marco , quien sostenía una botella de champaña. La escena parecía cuidadosamente planeada, como si intentaran borrar con dulzura la tensión del día.

Su madre, sonriente, comenzó un discurso sobre lo especial de cumplir 35 años y lo oportuno que era empezar a pensar en el “hombre ideal” —mirando, sin sutileza, a Marco como si ya lo fuera. Pero antes de que pudiera terminar, el corcho de la botella se disparó al aire.

Fue el disparo invisible que rompió el equilibrio.

Selma estalló. Las lágrimas que había contenido todo el día —y quizás toda una vida— salieron sin aviso, sin freno. La sala quedó en silencio. Nadie se atrevía a moverse.

Entonces habló.

Estos 35 no son una celebración —dijo con la voz entrecortada pero firme—. Son casi mi peor pesadilla. No por lo que dejo atrás, sino por todo lo que aún no he vivido. Porque, increíblemente, en este 2025 todavía quedan rastros de esa vieja época en la que una mujer solo era válida si estaba casada y tenía hijos. Como si nuestra existencia tuviera que justificarse en un anillo o en una cuna.

Hizo una pausa, tragando la rabia y el dolor de tantas veces calladas.

Marco. Hemos sido pareja, nos hemos querido. Pero la historia está terminada. No volveremos atrás. A veces amar no basta. Y yo ya no quiero seguir justificando mi vida por la sombra de lo que fuimos. Hoy elijo cerrarlo, con todo el amor que alguna vez hubo, pero también con la certeza de que no me haré más pequeña por nostalgia.

No importan mis logros. No importa si me pago el piso sola, si tengo un trabajo que me apasiona o si viajo sin pedirle permiso a nadie. Para muchos, yo soy simplemente "la solterona sin esperanza", la que terminará sola, la que acabará viviendo con su amigo gay porque será el único que la soporte.

Algunas bocas se entreabrieron, otras bajaron la mirada. Nadie se atrevió a interrumpirla. Y su madre, por primera vez, no supo qué decir. Porque por primera vez, Selma había dicho todo.



El pastel se desmoronaba solo, como la noche. Las velas seguían encendidas, absurdas, como si todavía hubiera algo que celebrar.

Selma tomó su cartera con dignidad, sin prisa. Nadie se atrevió a detenerla. Octavio la siguió, sin decir palabra, dejando la puerta abierta detrás de ellos.

Desde el umbral, aún se podían ver a los 7 invitados, estáticos, como figuras atrapadas en una fotografía borrosa. Ni el perro se atrevió a ladrar. El silencio era total. Pero esta vez, Selma ya no lo sentía como castigo, sino como libertad.


Continuará...


PS: Próximo capítulo 7 mayo.







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