miércoles, 23 de abril de 2025

Novela: 35 años - Capítulo II: "Cuando el trabajo te des-arma".


                                   ¡Nuevo capítulo disponible!

Si aún no conoces a Selma, te invito a leer el primer capítulo (El peso del reloj), donde comenzamos a descubrir esa mezcla de caos, humor y ternura que es transitar los 35.

Y si ya lo has leído... entonces ya sabes que el día de su cumpleaños está lejos de ser normal. Entre la presión de las expectativas, las emociones al borde, y una reunión laboral que podría cambiarlo todo, Selma se encuentra con Álex Duval:
Arquitecto, 45 años, soltero, sin hijos ni perro —ni fotos familiares como fondo de pantalla.
Con solo una mirada, despierta en Selma algo que ni siquiera ella puede explicar. ¿Fue solo una coincidencia profesional? ¿O un cruce que dejará huella?

En este capítulo, el reloj sigue corriendo, pero el corazón... empieza a correr más fuerte.
No te pierdas este capítulo que hará que te sientas cada vez más cerca de cada personaje.


Si 
te ha gustado, comparte, comenta y... preparate para lo que viene.

📅 Todos los miércoles, un nuevo Capítulo.


No sabes como me está gustando escribir esta novela.

Mil abrazos,

Aldana B.




                       Capítulo II: "Cuando el trabajo te desarma".

                              Bajo fuego: cuando las defensas del corazón caen.


Eran las 9:30 cuando el tren la dejó en la estación de Passeig de Gràcia.
El andén olía a humedad… y a cansancio de oficina. Ese que se pega a los abrigos desde temprano.

Su futuro cliente le había dado cita en un café a las 10:00. Selma odiaba llegar tarde: siempre organizaba el trayecto, el tiempo, la presentación… y la presentación de sí misma.

Trabajar por su cuenta era el triple de esfuerzo que en aquella empresa donde le exprimían las ideas y le pagaban como si fuera pasante. Pero ahora, al menos, las ideas eran suyas. Y el dinero también. (Aunque justo.)

Sola, con Dios —y a veces con el sostén emocional de Octavio—, lograba mantenerse en un monoambiente en un buen barrio de Barcelona. No tenía una habitación aparte, todo residía en el mismo espacio, pero sí tenía un baño privado. Y eso ya era un lujo.
Atrás quedaron las duchas compartidas, las paredes húmedas, y esa pensión “inolvidable” donde las cucarachas se robaban la comida más rápido que ella podía cocinarla. Unas ninjas con antenas.

La valentía con la que había dejado la casa de su madre todavía la apretaba entre los dientes cada vez que recordaba aquellas noches sin sueño, el miedo disfrazado de independencia y el arroz con atún como menú estrella. ¡Vaya épocas!
De esas que uno recuerda riendo… después de llorar.

Quince minutos le valieron para pensar y darle forma a todo eso. Al llegar al café, lo vio. Estaba allí, hablando por teléfono junto a una mesa en la esquina, como si el lugar lo hubiera elegido a él. No fue por cómo se movía, sino por esa presencia sutil pero inconfundible. Como si la foto de su web se hubiera vuelto tridimensional, y aún así, no alcanzara a capturar del todo lo que él irradiaba en persona.

Álex Duval.
El arquitecto.
El mismo que había fundado una empresa que no buscaba impresionar con rascacielos, sino con espacios que respiraban arte y humanidad. Minimalista, audaz, distinto.
Él no diseñaba edificios, pensaba en el espacio como un organismo que debía interactuar con quienes lo habitaban. Selma había leído cada palabra de su presentación, había visto los proyectos, incluso se había detenido en las texturas de sus renders, como si pudieran tocarse.

Pero verlo en persona era otra cosa.
Estaba de pie entre las mesas, con una chaqueta de gris perfectamente entallada, un pañuelo en el cuello que no era sólo un accesorio, sino una declaración. Y una mirada… profunda, pero distraída, como si siempre estuviera pensando en algo más importante.

Cuando colgó, sus ojos se cruzaron con los de ella. No fue una mirada casual. Fue una de esas que desnudan un poco, que hacen temblar apenas, pero lo suficiente como para que Selma sintiera que no estaba preparada.

Entonces él sonrió.
Y ese gesto, tan simple, fue como si el diseño, la estética y el alma de ese hombre —que hasta ese momento vivía solo en su navegador— tomaran forma frente a ella.

¿Selma, verdad? —preguntó con voz clara, serena.
—Sí. Tú debes ser Álex.
—En carne, hueso y café —respondió, levantando ligeramente su taza—. ¿Te apetece uno?

Ella asintió, aunque el estómago apenas le respondía. Mientras se sentaba, lo observó con más atención pero distraída por un momento.

Cuarenta y cinco, soltero, sin hijos… ni perro en el horizonte. Ni fotos de familia como fondo de teléfono. Sólo una pantalla negra, elegante, sin rastros de vida doméstica.
Tenía ese aire de hombre que había aprendido a estar solo y a estar bien solo. Pero también, ese leve gesto en la mirada —una sombra, un hueco, una grieta apenas— que revelaba que quizás ya no quería seguir estándolo.

Había algo más. Algo que no tenía nombre.
Una presencia que no era sólo física. Un magnetismo sutil que no venía de su voz ni de su postura. Venía de esa cosa inexplicable que algunas personas arrastran consigo, como un perfume que no se evapora, como una melodía que no lográs ubicar pero te hace latir más fuerte.

Y ella estaba ahí, frente a él, intentando sostener la compostura mientras por dentro algo en ella vibraba con una mezcla de ansiedad y deseo que no venía al caso —pero igual estaba ahí.

Era inútil querer evitarla. La ilusión ya se le había trepado al hombro. Sin saber por qué hay miradas que no sabes por qué te rozan más hondo. Y presencias que, aunque aún no te tocan, ya te cambian el ritmo de la sangre.


miércoles, 16 de abril de 2025

Novela: 35 años - Capítulo I: "El peso del reloj".

 

                Te invito a conocer mi primera novela"35 años".


Una novela contada en 10 episodios, todos los miércoles.

Selma acaba de cumplir 35. Y aunque no lo diga en voz alta, siente que el reloj le pesa. Entre audios matutinos de su mejor amigo Octavio —que se enamora a diario en el tren—, mails inesperados de un ex que no suelta, y cenas familiares llenas de expectativas, Selma se enfrenta a todo lo que la vida debería ser… y todo lo que en realidad es.

"35 años" es una historia sobre los mandatos, las dudas, los vínculos que tironean, y las pequeñas decisiones que cambian todo.
Una invitación a reír, sentir, y tal vez... reconocerte un poco también.

Sigue cada episodio, y dejate llevar por esta historia.


Capítulo nuevo todos los miércoles.


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Capítulo I:"El peso del reloj".

35 años: Justo a tiempo para la crisis existencial


Selma se despertó antes de que sonara el despertador. Otra vez.
No era ansiedad. Era costumbre.
Su cuerpo se había vuelto experto en anticiparse al ruido, como si supiera que los días especiales no necesitan alarma.

En su departamento de Barcelona, el silencio matutino tenía un ritmo propio: el clic del calentador de agua, el golpeteo suave del ascensor en movimiento, y el tic seco del reloj heredado de su abuela.
Ese maldito reloj. 
Se acercó a la cafetera con pasos lentos, todavía en pijama, mientras en su cabeza se repetía el número como un mantra involuntario: treinta y cinco.

“Ni tan joven como para empezar de nuevo, ni tan vieja como para rendirme”, pensó.
Aunque tampoco estaba tan segura de estar en medio de algo.

Su madre ya había organizado la cena familiar desde hacía una semana.

Sin preguntarle si quería, si podía, si tenía otra idea.
“El menú está listo, Selma, y no acepto excusas. Frambuesa y chocolate, como siempre. A ti que te gusta hacerte la especial.”
Y claro, estaban todos invitados. Incluso los que no la conocían más allá del grupo de WhatsApp.

El celular vibró.

Octavio.

Siempre a la misma hora. Siempre con una mano ocupada sosteniendo su café extra fuerte en el tren.

Era su mejor amigo.
Gay, fabuloso, dramático y más fiel que su tarjeta de puntos del súper.
Con él nunca hubo dudas, ni coqueteos, ni zonas grises: solo ese tipo de amistad que parece sacada de una comedia romántica… pero sin el romance.
A veces la vida también sabe escribir buenos guiones.

"Feliz cumpleaños, mi reina de las tormentas.
Hoy el vagón huele a encierro y perfume barato.
Pero tú brillas como siempre.
Pd: Hoy me siento emocional, así que prepárate para audio largo."

Ella sonrió.

Él sabía cuándo ponerle aire a su día.



martes, 25 de febrero de 2025

Relatos: La herencia de un abuelo sabio.



Relatos:

En esta sección comparto anécdotas y momentos que viví con personas que cruzaron mi camino. Son historias sencillas, pero llenas de humanidad, que dejaron una marca en mí y merecen ser contadas. Algunas inspiran, otras hacen reír o reflexionar, pero todas tienen algo en común forman parte de mi viaje. 

Cuidado! Algunas son reales otras no tanto...Sabrás hacer la diferencia?



Abuelo



Al final del día, corríamos impacientes, apoyados en uno de los muros de la casa, expectantes. Veíamos el atardecer con matices de rojo vivo, un espectáculo sin desperdicio.

Era pequeña, pero no tanto como para no conservar los recuerdos de una buena vida, esa donde los problemas se limitaban a las buenas notas escolares y donde las vacaciones de entonces se nutrían de aventuras.

Cada verano, cada enero, el destino siempre era el mismo. Lejos, en lo que casi parecía el fin del mundo, una calle larga de pequeñas piedras blancas llamadas piedrebullo. Allí, medio escondida entre árboles de verde primavera, se encontraba ella: una casa, "la casa", cargada de historias. Historias de las buenas y otras marcadas por la mala suerte, como aquel incendio declarado sin culpables que dejó el pasado reducido a cenizas de fotos y objetos llenos de recuerdos.

El abuelo, el mío, construyó dos veces las paredes del mismo hogar, porque él no le temía a la vida. Desde muy joven, el sacrificio y la lucha llamaron a su puerta. Siempre supo lo que significaba renacer. Creció con la herida del despojo, luego de que sus hermanos mayores, en un acuerdo sin escrúpulos, lo apartaran de la herencia de sus padres fallecidos, obligándolo a cambiar de nombre y apellido.

Y sin embargo, a pesar de los altibajos y de enfrentarse solo al mundo, la luz iluminó su camino el día en que Anna, una joven de 14 años, se enlazó con él en un matrimonio eterno.

Durante los años que recorrieron juntos el camino de la felicidad, tuvieron hijos, varios, recibidos por las manos de mi abuelo, en un parto de a dos. El mismo hombre que inventaría los cumpleaños sin regalos a cambio del agasajo de un día sin trabajo o quien reemplazaría el azúcar por dulces en épocas crudas de guerra y poco dinero.

¡Sí! El mismo que, despojado de los valores de familia, pudo formar la suya propia y darle un sentido a su existencia, esa para la que también estaba destinado: ser padre.

Un hombre fuerte, de cuerpo y mente, acostumbrado a las pruebas de la vida, victorioso por excelencia. Permaneció a oscuras durante un mes tras una operación de la vista y, aun así, nunca escribió una carta con anteojos. O aquella vez en la que un caballo se asustó y lo arrojó varios metros, arrebatándole para siempre la buena postura. Y, sin embargo, se negó a usar una silla de ruedas hasta que la vejez más vieja llegó a su puerta.