domingo, 21 de noviembre de 2021

La casa de la laguna.








Rodeada de cajas y de la música que sonaba de fondo, Ania tomó el único objeto que decoraba la chimenea y de un soplido, no sólo dejó volar el polvo sino un puñado de recuerdos que crecieron en ese hogar junto a dos niños ahora mayores y de un marido en una época fantástica que no costaba pensarla.

Hacía tres años que un trágico accidente de la ruta, la había dejado viuda pero como todos había aprendido a vivir en la soledad de un amor arrebatado físicamente pero vivo en cada rincón y en cada recoveco de su alma.


Tenía 38 años cuando se quedó sola y tenía 45 cuando decidió escapar del dolor que le procuraban los muros de esa casa. 
Agotada de obligar a la mirada fija que se quedaba incrustada en la madera del techo. De seis años que llevaba intentando conciliar el sueño en la habitación vecina en la cama de una plaza y nunca, nunca, poder pasar una sola noche en el habitación principal. 
El tormento de una juventud que ya no contaba los minutos, sentía que la había matado hace tiempo por dentro.

Así fue como una tarde de invierno frío de nieve blanca y pura, Ania dio dos vueltas de llave  cerrando la puerta de aquel pasado que tanto la entristecía y mientras esperaría que el resto de sus cosas llegarán a destino, tomó dos maletas de ropa, cuatro cajas con utensilios varios y con todo aquello que pesaba varios kilos, caminó junto a la brisa que le congelaba los dedos. Cargó lo más rápido que pudo las cosas en su auto, se frotó las manos y suspirando sintió decir adiós.

Hubiera sido mejor partir en primavera pero un impulso que no tenía nombre, no la dejaban mirar hacia atrás. Con todo y su propia vida emprendió un viaje del que sin saberlo, ya no tendría retorno. 


El trayecto no fue fácil, la nieve dificultaba el camino y Ania no quería llegar demasiado tarde. Sabía que las bajas temperaturas, entorpecerían el pasaje del agua a las canillas y que sin electricidad en plena noche, sería difícil pero no le temía al cambio brusco y de confort. Adormecida en su cuerpo y lo que tanto pedía su mente, al fin estaba cediendo a su voluntad. Por primera vez, su corazón estaba de acuerdo por primera vez luego de tantos años y aún no lo creía.

El hielo no daba tregua pero luego de siete horas la vio a lo lejos, perdida en la masa de un arboleda congelada, entera y de madera rodeada por aquel lago azul cubierto de escarcha.

"La casa de la laguna" como la llamaba de pequeña, un lugar familiar y la excusa de cualquier reunión de verano, olvidada por la ciudad moderna, vieja para el tiempo y bella como ninguna otra.


Su única herencia material que re descubría luego de varios años. Siempre temió que alguien la ocupara  pero viendo el estado en la que se encontraba, confirmó que la soledad había sido la sola compañía de esa casa.




Dispuesta a darle una nueva vida se prometió restaurarla, sin saber que los secretos de una casa abandonada revivirían con ella para bien o para mal a una mujer que había perdido la felicidad pero de ahora en más, nunca volvería a ser la misma.


El interior, contaba con un salón iluminado por un gran ventanal que perdía la mirada, en un campo revestido de nada ahora pero verde y cautivo de flores en plena primavera. 

Ania, recordaba como de pequeña, se paraba frente a la ventana y borraba el aliento con su mano cuando la emoción dejaba su nariz pegada al vidrio mientras cientos de luciérnagas, se lucían en las noches de verano. 

Fue en ese soñar despierta que un ruido súbito la traería a la realidad. Era la nieve que caía desde el cielo hacia la chimenea y ahí, se dormía estática porque con tanto frío los copos no lograba disiparse.

En pleno polvo y de euforia, tomó la caja en la que había puesto trozos de madera y un encendedor e intentó hacer fuego con la poca sensación que le prestaban sus manos.

Entonces poco a poco, vio venir la llama que le devolvería el alma al cuerpo y dejando de castañetear los dientes sonreía sola, tomando la última taza de té tibio y sin azúcar que traía en su termo.

Volver, le había ofrecido la calidad de una energía sin precedentes. Rodeada de trabajo, sin pensamientos aturdiendo el presente, era para Ania un renacer. 



Pensando en ese preciso instante, encendió la radio a pilas y comenzó lo básico...la limpieza! Era increíble como los muebles seguían "vivos" bajo la protección de sábanas multicolores que su madre insistía en dejar cada vez que la casa los despedía hasta la próxima vez. Demostrando que bien tenía razón y que gracias a eso, parecía que los años no hubieran pasado.

Luego de dos horas una mesa grande y otra pequeña, seis sillas, un sillón y un mueble con platos y vasos, se apoderaron del encanto de una casa de madera, abrigada por el repiqueteo de las brasas que se oían de fondo. 

Eran casi las seis de la tarde cuando la luz del día ya no se veía y cuando el cansancio comenzó a hacer aparición. Hoy no necesitaría la habitación pero si la cocina y alguna astucia para no congelarse intentando tomar una ducha en el baño.

Por un segundo, tuvo miedo de afrontar la noche sola y sin corriente eléctrica sabía que su teléfono no le duraría mucho pero al menos hoy, la salvaría el estar agotada. 

Recostada mirando el fuego, ligera se dejó llevar y se durmió pero 20 minutos después, un golpe la despertará aterrada:


-Por Dios ¿Qué fue ese ruido?-Dijo Ania."Atontada,medio dormida, quiso encender una vela más. El ruido que se repetía proviniendo de la puerta, hizo que Anía temblaba en medio de un negro azabache pero como pudo preguntó:
-¿Quién es? -Mientras tomaba una madera espesa en modo defensa."

Imposible contar el tiempo que había esperado delante de la puerta, apilando el valor resentido en otras épocas donde no le temía a nada. Sólo un respiro profundo, una mano en el pestillo, la otra en el pecho y sin olvidar el trozo enorme de madera que permanecia espectante y apoyado en su pierna le permitieron abrir la puerta muuuuuuy lentamente.

Del otro lado una persona que vestía sin frío, abrigada de pies a cabeza, se presentó diciendo:

-Buenas tardes, mi nombre es Eloy, vivo en la primera casa al final del lago, he visto pasar su coche esta tarde y me sorprendió que parara aquí. Lo he sabido por el humo de la chimenea...Sólo quería saber necesitaba algo como verá pues seremos vecinos-

Ania que comenzaba a sentir el fresco que se invitaba desde afuera. Cortó por lo sano y sin siquiera agradecerle, la molestia. Cerrando con impulso la puerta, dijo:

-No, muchas gracias. Buenas noches-

Al día siguiente, el sol amaneció con rayos que iluminaba cada una de las ventanas.
Ania, se despertó como luego de un sueño de doce horas pero helada. La chimenea olvidada, apenas brillaba con pequeñas brasas. Fue lo primero que hizo...¡Fuego! Calentita luego de un café bien casero y del pan sin nada que había traído desde "la vieja casa" como la llamaba ahora, eran para ella hoy el desayuno perfecto.

Sola, en una cosa repleta de recuerdos, de mucho trabajo por hacer pero llena de vida. Le transmitían la energía tan parecida a la juventud o algo olvidado como esas épocas donde podía decir que era feliz, eso. Acostumbrada a vivir entre muros de cemento, la sencillez construida con madera, le daban vida interna sin poder explicar la sensación que parecía una evidencia, dentro del despojo de una decisión y de un pasado dejado atrás, muy atrás.

Fue en ese momento o un poco después, cuando la mirada que recorría la pieza se posó sobre un trozo de madera sobre el sillón y recordó la escena de la tarde-noche anterior. Menos cansada y con menos miedo, sintió que debía enmendar lo hecho.

Entonces, tomó su abrigo y bufanda, subió al coche y siguiendo el camino del lago, al final, una casa de madera que brillaba de barniz se perdía entre la nieve, las nubes del cielo y los árboles helados. 

Con poca vergüenza, ya a esta altura de su vida no le quedaba nada. Sin titubeos tocó a la puerta. 15 segundos pasarían hasta que la misma persona de ayer abriera la puerta. Esta vez, sin tanta ropa encima lo cual permitía poder poner cara a la voz grave de aquella noche.

-Buenos días, soy la mujer que la cada cerca de la laguna, quería disculparme no fue mi intención tratarlo así pero a decir verdad, estaba cansada y debo admitir que en medio de la noche  a pesar de ser todavía de tarde, el miedo fue mi aliado-

-Buenos días, lo siento, la culpa es mía, debí esperar la mañana. No todo se ve de la misma manera a plena luz del día. -y mientras sonreía- ¿Podríamos empezar por presentarnos? Mi nombre es Eloy y ¿usted?-

-Mucho gusto, el mío es Ania-

-¿Ania? ¿La pequeña Ania? ¿Hija de Arturo y Eva?-dijo abriendo sus ojos-



-Si! la misma, con mis padres solíamos venir cada verano, luego mi padre enfermó y los viajes se hicieron esporádicos y cuando mi padre falleció, mi madre ya no quiso volver...-tragando la saliva, hizo una pausa-

-Lo siento, no lo sabía. Mis padres siguen vivos pero ya no viven juntos, esta casa también fue el refugio familiar, hasta que cada uno decidiera hacer su vida. Aquí vengo cada invierno aún no he sentido el deseo de venir en verano. Creo que el invierno me hace sentir menos solo por más extraño que parezca.-

-Pero, disculpa ¿De dónde me conoces? -preguntó extrañada Ania-

-Tu hermano mayor y yo, jugábamos juntos durante nuestras vacaciones. Perdón, ¿No quieres pasar? El frío sigue afuera.-dijo Eloy, temblando.

-De acuerdo. Gracias.- Contestó Ania-

Mientras, pasaba el umbral de la puerta, una avalancha de recuerdos despertaban luego de siglos y exclamando dijo:

-¡Eloy! Lo siento. Cuando dejamos de venir mi madre, ya no quiso hablar más de este maravilloso lugar. La pena de mi padre, ya no la dejó vivir. Fue entonces, cuando ya no volvieron nunca más los recuerdos, ni los veranos, ni la familia-

-Entiendo, no debes culparte. La vida puede abrumarte varias veces al año, pero lo importante es que no dure para siempre, de lo contrario dejamos de existir. 
¿Y por qué has vuelto? -Preguntó curioso Eloy-

-Ania-Lo miró sin contestar-

-Lo siento, no quise ser indiscreto.- 

-Disculpa, es que es la primera vez en tanto tiempo, que me siento lista para hablar o mejor dicho dejar atrás tanto sufrimiento.- Con la mirada vidriosa, Ania le contó a Eloy, los años felices y de depresión, sin poder superar la muerte de su marido y como un día incomprensible sintió la necesidad de dejar todo y empezar de cero-


Le hacía tanta falta hablar, lo necesitaba. Enterrar el pasado que la ataba a la vida que ya no volvería. Ahora quería vivir de nuevos recuerdos. Pero de los buenos, esos que la harían vivir años y años y no aquellos que la matarían antes de tiempo.

Las dos primeras semanas, Eloy y Ania ocuparon el tiempo en restaurar la casa de madera sencilla y bella que decoraba aquella laguna. Con luz eléctrica, apreciaban mejor la noche, junto con el agua que ahora, corría  por las canillas. Era un confort básico, sin más pero perfecto que no anhelaba lujos.  

Los meses fueron pasando y el vínculo entre ambos, se hacía cada vez más estrecho. El frío cedía, hasta que el sol derritiera la escarcha que todavía dormía sobre el agua y la laguna al fin mostraba su verdadero color, rodeada de pasto y  mariposas, los lirios y las totoras iban inventando un nuevo paisaje. Revistiendo el alma de dos seres que aún, no sabía que estaban enamorados.

Hasta que una tarde, en la que los pájaros se habían puesto de acuerdo y cantaban bajo, mientras la brisa jugaba con el cabello de Ania y Eloy miraba el infinito en silencio. Surgió un instante un momento como si hubiera estado escrito. En las que ambas miradas, refugiada una en otra, tomaron la iniciativa de acercar cada boca y en un beso profundo como guiados por un extraña fuerza, sintieron el deseo de amarse en medio de la soledad donde en algún lugar se había perdido el tiempo. Libres, desnudos, no supieron si hacían bien o mal y no importaba. Ania en los brazos de Eloy se sentía feliz, se sentía mujer y por sobre todo viva. Como si el dolor nunca hubiera existido, como si todo lo que hubiera vivido y llorado hubiera servido para llegar hasta aquí.

-Me siento feliz a tu lado, no imagino otro lugar, ni lejos de ti-dijo Eloy- 

-No me abandones nunca, te necesito- Contestó Ania-

Abrazados, ambos lloraron por primera vez juntos pero de felicidad y desde ese día se volvieron inseparables.

Lejos del mundo y de cada pasado, la vida les ofrecía la oportunidad de amar y de ser amado. La posibilidad de tomar el destino que no habían elegido en un principio pero como si el camino de la vida fueran más de uno y repleto de elecciones infinitos.

Los meses fueron pasando y el calor definitivo del verano, hizo interrupción en todas las habitaciones de la casa. Ahora si las tardes y las noches, se reservaban el derecho de bañarse en la laguna y todo parecía un sueño.

Hasta que hubiera una tarde-noche, en las que sentados fuera de la casa de Eloy, Ania sintiera un poco de frío y mientras él se ocupaba de la cena. Ella se dirigió a la habitación.

Ya la había visto varias veces pero nunca en detalle. Las cortinas de un amarillo pálido, se perdían con a luz del día y cubrían apenas, el marco de las ventanas que entreabiertas, dejaban libre la brisa templada. Mientras, Ania hacía caso a unas ganas incontrolables de estirar la cama, su pie izquierdo dio un golpe en un objeto duro que parecía escondido. Viejo pero con poco polvo, marrón y pesado. El cofre oculto que ahora Ania tenía en sus manos se abría sin permiso.
En su interior, fotos en color, y en blanco y negro, postales, cartas, sobres y un cuaderno de tapa dura pequeño, que relataba en primera persona con fecha lo que a primera vista parecían aventuras, vivencias y un amor...

"8 de enero de 1965

Aquí, sentado bajo un árbol, cómplice del verano, rodeado de pasto y de calor. Veo a mi padre, corriendo detrás de mi hermano menor, los escucho reír y río en silencio..."

"10 de enero de 1965

¿Leerá algún día mi historia? ¿ ella compartirla conmigo?. Nos sentaremos juntos, a escribir el presente..."

"21 de enero 1965

Todavía siento el aroma de su cabello, siento como el viento lo trae hasta ¿Puede uno, amar siendo tan joven y con tanta fuerza?..."

"15 de febrero de 1965

Sin valor para enfrentar mis sentimientos o mejor dicho a ella. Las palabras, buscan un motivo de romper la barrera que le boca le impone al corazón. 
Cada vez que se sienta cerca mio, quisiera abrazarla pero el verano escapa de mis manos y temo perderla para siempre..."


Ania no podía detenerse, en cada página sentía la revelación de confidencias escritas de puño y alma que el tiempo había guardado preciosamente y durante tantos años.
La intriga, sólo quería saber el autor de cada pensamiento...
Pasando una hoja tras otra...

"21 de febrero de 1965

Queda poco a para volver a casa, y siento que es una tortura.
¿Por qué siento que vivo en medio de la nada? Pero estos cuatros años con ella tan cerca. Han dejado la marca de esa laguna en mi piel. Ahora sé, que tendré que volver para siempre o nunca más. La culpa no la tiene el destino, soy yo que tiene miedo al rechazo y prefiero amarla y que no lo sepa...

Esas, fueron las últimas palabras escritas y las pocas hojas que quedaban en blanco, amarillas ahora, dejaban una historia inconclusa. 
La mano de Ania acarició la tapa, y antes de cerrar el cuaderno vio escrita una pequeña frase que decía..."Ania, yo sé que tú, eres mi destino"...Eloy.

Sentada en el piso dejó que varias lágrimas le mojaran las mejillas. Luego, deslizó el cofre debajo de la cama y guardó el cuaderno en uno de sus bolsillo del abrigo que encontró sobre la silla.

Cuando salió, Eloy vio que sus ojos tenían otro brillo y le preguntó si se encontraba bien a lo que Ania respondió:

-Me siento maravillosamente bien-

-Pues has tardado mucho tiempo, creí que me habías abandonado- dijo Eloy sonriendo.

-¡Eso nunca!-Y Ania lo abrazó.

La cena fue perfecta. Bajo una noche que apenas se veía negra con tantas estrellas y luciérnagas, Ania y Eloy se sentían felices. 

-Sabes, hoy siento un deseo enorme de nadar en la laguna. Tú y yo- dijo Ania.

-Tus deseos son ordenes y además, es cierto que hace calor.

Como dos niños, ambos corrieron hasta la laguna, perdiendo la ropa tres metros antes, juntos se mojaron de pies a cabeza y se amaron sin importar nada, libres...
A orillas de la laguna, abrazados, agotados de la pasión que los había unido, un poco antes. 
Ania le preguntó a Eloy:

-¿Tú crees que esta laguna, tenga algo especial caoaz de atraer a dos personas?  

- Puede ser, creo que si no tuviera algo de magia no estaríamos tú y yo aquí -contestó Eloy-

En ese momento Ania se levantó y de su abrigo fino que no había dejado muy lejos, sacó el pequeño cuaderno que guardaba el cofre.

-Mi Diario-dijo Eloy

Mientras, Ania tomaba el lapicero que había puesto en su otro bolsillo, dijo:

-"18 de febrero de 1998

Quiero escribir y vivir contigo una historia, que tendrá de a ratos momentos duros y no tanto. Quiero ser feliz como lo soy, hoy a tu lado y aquí. Sé que he encontrado mi destino es esta casa, sé que he encontrado mi destino a tu lado...Ania".


Tomando su mano, la abrazó por todas esos años que no pudo.

Ambos por un impulso extraño, se encontraron después de 33 años, en aquel lugar repleto de recuerdos y de silencios.

Ambos, que habiendo vivido felices y luego sufrido tanto y sin encontrar un remedio hasta ese día.

 Reunidos en esa casa y una laguna que había logrado borrar cada herida cada tristeza, marcando el inicio de una nueva oportunidad de a dos. Creyendo más que nunca, en aquellos sentimientos que obligan a dejar todo atrás, y empezar de nuevo con la fuerza infinita que sólo conoce el ser humano.

                                                      

 "Porque siempre habrá algo o alguien en algún lugar que nos está esperando para ser felices".


                                                              FIN










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