miércoles, 28 de mayo de 2025

Novela 35 años- Capítulo VII: "El corazón en llamas"

 


    Capítulo VII: El corazón en llamas

                 "Y no sólo el corazón".


Alex abrió la puerta sin sorpresa. Como si supiera que ella vendría.
Selma lo miró, con la respiración contenida, con algo de rabia, algo de miedo, pero sobre todo con una certeza que la atravesaba entera.

—Abre la puerta, por favor —le pidió, con voz firme, temblorosa.

Y él obedeció.

Ella entró, lentamente. El aire entre ellos se volvió denso, eléctrico.
No se dijeron nada. No hizo falta. Sus miradas decían todo. El deseo largamente contenido, el orgullo herido, el recuerdo de cada roce, de cada palabra no dicha.

Selma se acercó. Alex retrocedió apenas, como si no supiera si abrazarla o huir. Pero ella ya había cruzado la distancia.
Le tocó la cara, suave. Él cerró los ojos.

Cuando se besaron, no fue con urgencia, sino con una lentitud dolorosa, como si necesitaran saborear cada segundo de esa decisión.

Él le quitó el abrigo. Ella se desabrochó la camisa.
No había apuro. Solo un diálogo silencioso entre sus cuerpos.

Fueron cayendo prendas y dudas.
Se tocaron como si cada parte fuera un reencuentro. Como si sus pieles recordaran algo que sus mentes habían querido olvidar.

Se rieron bajito, como adolescentes, cuando tropezaron en el pasillo.
Y se callaron de golpe cuando sus cuerpos se encontraron por completo.

En el sofá, en la alfombra, contra la pared.
No importaba el lugar. Solo que estuvieran ahí. Juntos. Ahora.
Y que el mundo se redujera a ese instante de calor compartido.

Cuando el deseo cedió al cansancio y al silencio, Selma quedó recostada sobre su pecho, escuchando su respiración volverse calma.

No habló. No quería romper el momento. No aún.

Horas después, sin saber qué hora era, se levantó.

Se vistió sin saber.
Sin sentir vergüenza.
Sin pensar en volver a empezar.

En silencio, abandonó la pieza
y cerró la puerta
sin que nada se moviera de lugar.

Al llegar a su casa, el mundo volvió a sentirse más pequeño.
El ascensor subía lento, como si supiera que Selma no tenía apuro en enfrentar su realidad.
Sacó las llaves, abrió la puerta, y justo cuando se apoyó contra ella para cerrar…
el teléfono vibró.

Un mensaje de Alex.

Solo verlo en la pantalla le removió hasta el alma.
No lo abrió enseguida.
Lo sostuvo entre las manos, como si temiera que las palabras pudieran cambiarlo todo.

Pero la curiosidad —o el miedo— fue más fuerte.
Desbloqueó la pantalla.



"Ojitos… te has ido como un bonito sueño. Donde te encuentres, sigo pensando en ti."

El corazón le dio un vuelco.
Era tierno, suave, íntimo.
Y sin embargo, tenía un peso que le aplastó el pecho.

Porque no era sólo un mensaje.
Era una confesión.
Una rendija abierta por donde entraba la verdad de ambos, sin filtros.

La realidad volvió de golpe.
Y no con una alarma, sino con un maullido exigente.
Su gato la miraba desde la mesa, como si juzgara todo lo que había hecho en las últimas horas.

Selma sonrió, cansada, y fue a ponerle comida.

En ese momento, entró un audio de Octavio.
Lo escuchó de inmediato, por costumbre… y porque no quería levantar sospechas.

—¿Cómo estás, Terremoto? Estás muy calladita… y ya sabes lo que dicen de las aguas calmas.
Dime, ¿estás con mucho trabajo?
Pues nada, yo estoy vivo… y algo enamorado.
Sí, sí, lo sé, otra vez. Pero esta vez es distinto.
He conocido a un guapetón.
Tranquila, no pasó en el tren —aunque eso habría sido muy de película—.
Fue en un work café.
No te rías.
No me pidió azúcar, ni la hora… más bien ni recuerdo cómo empezó, pero vaya que me ha flechado.
Igual, lo estoy haciendo esperar. Sin mucho.
Es que no paro, y a esta edad… uno se pone más puntilludo.
Creo que es hora de dejar algunas concesiones de lado, ¿no?
Llámame cuando puedas.
Necesito tu sabiduría romántica y tu brutal honestidad. Como siempre.

Selma soltó una risa suave.
Octavio tenía ese don: hacerla sentir en casa, incluso cuando el mundo parecía desmoronarse a su alrededor.
Pero algo dentro de ella se removía.
Porque esta vez, la brutal honestidad que él le pedía, era justo lo que ella no sabía si podía darle.

—Hola, "mi compañero de luchas"… —empezó con una sonrisa tenue—.
Gracias por tu mensaje, como siempre, me alegró el día.
Por aquí todo está algo complicado, y me siento un poco perdida, tratando de organizar todo el trabajo, pero sin saber bien por dónde empezar…
—Ven mañana por la tarde si estás dispo, para que hablemos —dijo Selma, con una voz que ocultaba más de lo que decía.

Octavio escuchó el mensaje y, sin pensarlo mucho, le respondió al instante con un emoji de carita glacial ❄️, como diciendo “ok, entendido” pero con ese toque divertido que sólo ellos compartían.

Selma quería tomarse un tiempo para ordenar sus ideas antes de hablar con Octavio.
Lo que había pasado con su cliente era mucho más complicado de lo que esperaba.
Alex le hacía sentir algo intenso, casi salvaje, algo que no sabía cómo explicar y que no estaba lista para contarle a nadie, ni siquiera a Octavio.

Todo el resto del día, Selma se pasó frente al ordenador, picoteando cereales y otras cosillas de la cocina.
Alex la había llamado cinco veces, pero ella no había conectado.
Con un chignon a medio hacer, un remerón largo y descalza, su día de trabajo se parecía más a un día off.
El gato la había tomado muy en serio, porque llevaba tres horas sin moverse del escritorio.

A las seis de la tarde, abandonó el trabajo y casi con un inicio de llanto inexplicable sintió que tocaban la puerta.
Nadie había avisado.
¿Sería Octavio? ¿El portero? ¿La vecina chismosa?

Con el corazón en la garganta, se acercó lentamente y miró por la mirilla.
Allí estaba él, Alex
, tan grande y bello como en sus pensamientos más salvajes y silenciosos.
Su presencia detrás de la puerta desató en Selma una mezcla de confusión y esperanza que no supo manejar.

Durante unos segundos eternos, se quedó inmóvil, con la mano temblorosa sobre la manija.
Las cinco llamadas perdidas resonaban en su mente, cada una como un latido urgente que le recordaba que no podía seguir huyendo.

¿Abrir? ¿Quedarse en silencio?
El pulso le golpeaba en las sienes, y el miedo la anclaba al piso.

Finalmente, cuando la indecisión parecía vencerla, cerró los ojos y dejó caer una lágrima solitaria.
Esa lágrima, tan pequeña y frágil, fue el estallido de todo lo que había contenido: el deseo, la incertidumbre, el miedo y la necesidad de enfrentar lo que estaba por venir.



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Próximo capítulo: 4 de junio de 2025 

No pierdas el hilo, te espero la semana que viene, cuéntame si te gusta esta novela!


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