Capítulo VII: El corazón en llamas
"Y no sólo el corazón".Alex abrió la puerta sin sorpresa. Como si supiera que ella vendría.
Selma lo miró, con la respiración contenida, con algo de rabia, algo de miedo, pero sobre todo con una certeza que la atravesaba entera.
—Abre la puerta, por favor —le pidió, con voz firme, temblorosa.
Y él obedeció.
Ella entró, lentamente. El aire entre ellos se volvió denso, eléctrico.
No se dijeron nada. No hizo falta. Sus miradas decían todo. El deseo largamente contenido, el orgullo herido, el recuerdo de cada roce, de cada palabra no dicha.
Selma se acercó. Alex retrocedió apenas, como si no supiera si abrazarla o huir. Pero ella ya había cruzado la distancia.
Le tocó la cara, suave. Él cerró los ojos.
Cuando se besaron, no fue con urgencia, sino con una lentitud dolorosa, como si necesitaran saborear cada segundo de esa decisión.
Él le quitó el abrigo. Ella se desabrochó la camisa.
No había apuro. Solo un diálogo silencioso entre sus cuerpos.
Fueron cayendo prendas y dudas.
Se tocaron como si cada parte fuera un reencuentro. Como si sus pieles recordaran algo que sus mentes habían querido olvidar.
Se rieron bajito, como adolescentes, cuando tropezaron en el pasillo.
Y se callaron de golpe cuando sus cuerpos se encontraron por completo.
En el sofá, en la alfombra, contra la pared.
No importaba el lugar. Solo que estuvieran ahí. Juntos. Ahora.
Y que el mundo se redujera a ese instante de calor compartido.
Cuando el deseo cedió al cansancio y al silencio, Selma quedó recostada sobre su pecho, escuchando su respiración volverse calma.
No habló. No quería romper el momento. No aún.
Horas después, sin saber qué hora era, se levantó.
Se vistió sin saber.
Sin sentir vergüenza.
Sin pensar en volver a empezar.
En silencio, abandonó la pieza
y cerró la puerta
sin que nada se moviera de lugar.
Al llegar a su casa, el mundo volvió a sentirse más pequeño.
El ascensor subía lento, como si supiera que Selma no tenía apuro en enfrentar su realidad.
Sacó las llaves, abrió la puerta, y justo cuando se apoyó contra ella para cerrar…
el teléfono vibró.
Un mensaje de Alex.
Solo verlo en la pantalla le removió hasta el alma.
No lo abrió enseguida.
Lo sostuvo entre las manos, como si temiera que las palabras pudieran cambiarlo todo.
Pero la curiosidad —o el miedo— fue más fuerte.
Desbloqueó la pantalla.