Atrapados y sin salida
Hirientes ásperos en su pasaje
Escondidos y oscuros
Arañan las paredes internas
Y van dejando marcas.
Crujen duros de frío,
Bajo el infierno
De su misma sombra
Viven del oxígeno
De un amor que no olvida
Sufre solo pero no agoniza
Logra apenas percibir la luz
Y desde la mirada más profunda
Donde el tormento de su propio llanto
Quemará la peor de las batallas
Con la sal que derramen
Mil ciento cuarenta lágrimas
Abrumando cada sentimiento puro
Que liberados nacerán
Más tarde de un grito soso.
Desnuda, agotada y viva
Sentirá llegar a la cima
De la felicidad tan anhelada
Donde a pesar de todo
Aprendemos a reír a revivir
Junto al dolor de la falta,
Lo único, que no mata el tiempo
Lo único, que no mata el tiempo.
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