Siendo mamá de un nene, el sueño de la niña se imponía pero como cualquier mamá, hubiera amado de la misma manera, si la vida me hubiera regalado otro niño. Pero cuando el ecógrafo me confirmó el sexo, lloré las lágrimas de felicidad, de las ganas de vestir a mi pequeña en rosa con todas esas cosillas que hacen ahora y que hacen que se vean tan preciosas. Me proyecté en un futuro lejos, muy lejos, juntas caminando por alguna callecita de París, compartiendo vitrinas o en un café tomando un té sin azúcar con alguna charla de chicas.
No sé, esas cosas que piensa una madre, capaz de amar igual a los hijos, al mismo tiempo, en el que se inventan, otros momentos que en parte tienen que ver, con ese de ser nene o nena.
Como es la tradición en mi país, en América latina y por lo que sé ahora, en España. Los pendientes* los vería también, en las orejas de mi pequeña.
No era un capricho, era algo que sentía y que me había dicho a mi misma que si algún día tendría una niña pues lo haría.
Así, mi abuela quien hace años, había perforado mis orejas a la edad de tres semanas, me ofreció el más bonitos de los regalos y los pendientes que compró en su pueblo, emprendieron viaje desde Uruguay en una cajita que envuelta en papeles de mil amores todo arrugadito, viajaría en otra caja con destino Argentina.
En las manos de mi madre y sin abrir, fue escondida junto a chucherías que me enviaría en una encomienda express, donde el 12 de diciembre con destino hacia París, tomaban un avión.
Estos envíos tardan en llegar 10 días, sólo que al amanecer número 11 seguía sin llegar. En época de fiestas llamé a la paciencia y sin remedio, me dije: Tendrás que esperar :-(
Los días seguían pasando y en el medio llegó navidad entre viajes a casa de la familia, dejé la esperanza en mi casa, contenta, sabiendo que a nuestro regreso mi caja estaría en el buzón.
De vuelta y con diez días pasados, la decepción me hizo un nudo en la garganta cuando al abrir," la casita de las cartas "como la llamo yo, estaba todo, lo que no esperaba.
Con ese dolor que se aferra a esas cosas materiales que tienen el valor del oro en sentimiento, lloré como llora una mujer cuando alguien la deja de querer pero antes de ahogarme en mis propias lágrimas, acomodé mis emociones y comencé a mover cielo y tierra para saber donde estaba mi ansiada caja.
Así pasaron días de reclamos sin respuestas, que dieron al fin con un número largo y luego de un mail que partió una tarde. A un mes, diez días, 18 horas, infinitos minutos y sobre todo un milagro ( que era lo único que me quedaba) el cartero llamó a mi puerta y mi caja, mis chucherías y los pendientes de mi querida abuela, al fin y por fin estaban en mis manos.
La mejor parte ya la tenía, sólo que no sabía que la historia no terminaría ahí.
Resulta, que yo no sabía que en Francia estaba prohibido perforar las orejas de los bebés, ni en París ni en ninguna otra ciudad.
Los argumentos eran varios, que era muy pequeña, que le dolería, que el lóbulo cambia de forma con los años, que las vacunas, que las infecciones, que la decisión no era de los padres, un sin fin de cuestiones en la que me sentía ahogada y esta vez las sin lágrimas y decidida, mirando la cajita aún envuelta en el papel, me dije que esto no podía seguir así, que aunque respete los pensamientos de otros, éste era el mío.
Entonces, tomé el todo por las astas, me armé de valor, apreté los dientes, hice de tripa corazón y en un miércoles, un día antes de sus 3 meses, prepare lo necesario, alcohol, toalla, algodón, manos limpias y los pendientes que venían con los famosos "abridores". Respireeee muuuuuyyy profundo....y yo (Valiente para algunas) hice un agujerito y luego el otro, no lloró más que el tiempo que pica el alcohol porque que a esta edad eso no duele.
Fueron cinco minutos después, que mi belleza lucía el cariño de mi abuela en sus orejas de lo que puedo entender, no todas sean partícipes pero yo lo deseaba y mucho.
Hoy...
No sé, esas cosas que piensa una madre, capaz de amar igual a los hijos, al mismo tiempo, en el que se inventan, otros momentos que en parte tienen que ver, con ese de ser nene o nena.
Como es la tradición en mi país, en América latina y por lo que sé ahora, en España. Los pendientes* los vería también, en las orejas de mi pequeña.
No era un capricho, era algo que sentía y que me había dicho a mi misma que si algún día tendría una niña pues lo haría.
Así, mi abuela quien hace años, había perforado mis orejas a la edad de tres semanas, me ofreció el más bonitos de los regalos y los pendientes que compró en su pueblo, emprendieron viaje desde Uruguay en una cajita que envuelta en papeles de mil amores todo arrugadito, viajaría en otra caja con destino Argentina.
En las manos de mi madre y sin abrir, fue escondida junto a chucherías que me enviaría en una encomienda express, donde el 12 de diciembre con destino hacia París, tomaban un avión.
Estos envíos tardan en llegar 10 días, sólo que al amanecer número 11 seguía sin llegar. En época de fiestas llamé a la paciencia y sin remedio, me dije: Tendrás que esperar :-(
Los días seguían pasando y en el medio llegó navidad entre viajes a casa de la familia, dejé la esperanza en mi casa, contenta, sabiendo que a nuestro regreso mi caja estaría en el buzón.
De vuelta y con diez días pasados, la decepción me hizo un nudo en la garganta cuando al abrir," la casita de las cartas "como la llamo yo, estaba todo, lo que no esperaba.
Con ese dolor que se aferra a esas cosas materiales que tienen el valor del oro en sentimiento, lloré como llora una mujer cuando alguien la deja de querer pero antes de ahogarme en mis propias lágrimas, acomodé mis emociones y comencé a mover cielo y tierra para saber donde estaba mi ansiada caja.
Así pasaron días de reclamos sin respuestas, que dieron al fin con un número largo y luego de un mail que partió una tarde. A un mes, diez días, 18 horas, infinitos minutos y sobre todo un milagro ( que era lo único que me quedaba) el cartero llamó a mi puerta y mi caja, mis chucherías y los pendientes de mi querida abuela, al fin y por fin estaban en mis manos.
La mejor parte ya la tenía, sólo que no sabía que la historia no terminaría ahí.
Resulta, que yo no sabía que en Francia estaba prohibido perforar las orejas de los bebés, ni en París ni en ninguna otra ciudad.
Los argumentos eran varios, que era muy pequeña, que le dolería, que el lóbulo cambia de forma con los años, que las vacunas, que las infecciones, que la decisión no era de los padres, un sin fin de cuestiones en la que me sentía ahogada y esta vez las sin lágrimas y decidida, mirando la cajita aún envuelta en el papel, me dije que esto no podía seguir así, que aunque respete los pensamientos de otros, éste era el mío.
Entonces, tomé el todo por las astas, me armé de valor, apreté los dientes, hice de tripa corazón y en un miércoles, un día antes de sus 3 meses, prepare lo necesario, alcohol, toalla, algodón, manos limpias y los pendientes que venían con los famosos "abridores". Respireeee muuuuuyyy profundo....y yo (Valiente para algunas) hice un agujerito y luego el otro, no lloró más que el tiempo que pica el alcohol porque que a esta edad eso no duele.
Fueron cinco minutos después, que mi belleza lucía el cariño de mi abuela en sus orejas de lo que puedo entender, no todas sean partícipes pero yo lo deseaba y mucho.
Hoy...
Cuando la miro
Veo dos piedritas rosas
Que brillan en sus orejas
Y a todos les digo con orgullo
"Son los pendientes de mi propia abuela"
Que con su inmenso amor ha logrado,
Traspasar cada una y cada frontera.
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